Nací y crecí en Buenos Aires, Argentina. Tuve una educación multilingüe y, cuando nacieron mis hijas aquí en California, fue natural que tuvieran una crianza bilingüe también.
Cuando Bianca, mi hija menor, comenzó a aprender el abecedario, me pareció lógico enseñarle a leer en inglés y español a la vez. Las habilidades de lectura se transfieren y refuerzan entre idiomas. Por lo cual, enseñarle en paralelo era, como decimos en inglés, un win-win.
Entre las actividades del aula y los materiales disponibles en internet, en la biblioteca del barrio y en las librerías, cubrir la parte de inglés fue fácil. Pero, en materia de español, no tanto. Encontré atractivos libros de imágenes y vocabulario y preciosos libros de cuentos en español. Sin embargo, poca fue mi suerte al buscar material de lectura infantil en español que permitiera navegar la transición.
Yo buscaba una serie de libros infantiles en español que captara la atención de Bianca y la desafiara de manera amistosa. Algo que fuera más allá del vocabulario y los sonidos del ABC, e impulsara la fluidez de su lectura en español de modo global. Pero, para mi sorpresa, descubrí que mi visión era una suerte de unicornio de la lectura inicial.
Bianca avanzaba con su lectura en inglés, pero la lectura en español seguía siendo fuente de frustración. Entonces, cual si fuera en viaje por el túnel del tiempo, saqué mi cuaderno de primer grado del fondo de un armario y la letra manuscrita de aquella niña de cinco años que una vez fui me llevó de regreso a lo básico: ANA SALA LA MASA.
Un puñado de letras combinadas en un surtido de palabras accesibles.
¡Yo puedo hacer eso!
Primero, debía seleccionar los sonidos con los que trabajaría. ¿Cuáles son los primeros sonidos que los niños reconocen en español?
Pasé un buen rato revisando mi cuaderno, algunos artículos sobre educación y materiales de pedagogía siglo XXI. Ya tenía seleccionado el elenco de actores: ¡A, E, L, M, N, S y T!
A continuación, era momento de mezclar y combinar.
A-N-A.
M-E-M-A.
¡Me gusta! Aprobé con satisfacción.
Finalmente, tenía que poner a Ana y Mema en contexto. La mayoría de los niños del siglo XXI no amasan o echan sal a la masa. ¡Ana y Mema tampoco lo harían! ¿Qué hacen los niños?
¡S-A-L-T-A-N!
Tomé una hoja de papel en blanco, la doblé varias veces, corté cuatro tiras y armé un pequeño cuadernillo abrochado.
ANA SALTA.
MEMA SALTA.
ANA Y MEMA SALTAN.
¡Ta-ra!
Sentada en mi café habitual del barrio, fui armando pacientemente unos cuantos cuadernillos. Y, poco a poco, Bianca comenzó a leer en español. Al principio, su lectura era entrecortada. Luego, tomó algo de ritmo. Y un día, al poco tiempo, Bianca empezó a leer con confianza y fluidez. ¡Hurra!
Casi como un juego ¡y siempre divertido! Esos cuadernillos fueron el puente que Bianca necesitaba para alcanzar la etapa de lectura fluida en español.
Con el tiempo, Bianca pasó a lecturas más complejas y mis cuadernillos quedaron dormidos en el fondo del armario, junto a mi cuaderno de primer grado.
De la semilla de aquellos cuadernillos caseros germinó la lectura de Bianca en español. Y después de muchos (muchos) años en el fondo de un armario, fue de aquella visión unicornio que el sueño de PequeLitos nació.
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